jueves, 14 de marzo de 2013

Somos rehenes de los inquilinos

Artículo del Diario Vasco que describe el calvario de un propietario que por desconocimiento de la materia del alquiler ha sufrido impagos, amenazas de desperfectos, engaños.................... desahucio.



Un piso sin pretensiones situado en la céntrica calle Domingo Beltrán de Vitoria, con dos habitaciones y unos 60 metros cuadrados. Precio, 500 euros. Un hogar como ese ofrecía Ana en un anuncio el pasado verano. Y las llamadas no tardaron. Un matrimonio con un hijo, compuesto por una chica vizcaína y un joven extranjero, contactó con ella y expresó su intención de instalarse «lo antes posible» en la vivienda. Como aval, «me dijeron que además de cobrar la RGI y una ayuda por ser madre joven, ella también trabajaba en 'negro'. Además, me aportaron varios recibos de Lanbide como justificante de que todo era cierto», explica la propietaria, que terminó meses después sintiéndose «rehén de los inquilinos».
El contrato se cerró y con la firma llegó el primero de los muchos contratiempos. «Te damos la mitad de la fianza para poder meter nuestras cosas durante la segunda quincena de septiembre y el resto te lo abonamos con la primera mensualidad, en octubre», le prometió la pareja. Ana les dejó las llaves, confiada, pero no podía imaginar «en absoluto» lo que le esperaba en adelante: «un absoluto horror».
El tiempo pasó y el dinero jamás apareció. «El 11 de octubre, como no me habían pagado nada, me presenté en casa. Y la chica me juró y perjuró que había hecho el ingreso. Así que me dirigí al banco a comprobarlo». Era mentira. «Ella me confesó después que no me había dicho la verdad, que fue lo que más me molestó. Yo puedo aceptar un retraso en los pagos, pero que me tomara por tonta me dolió mucho», recuerda Ana, que asegura que su inquilina le dijo que «el problema era de Lanbide». La Agencia Vasca de Empleo «se había equivocado, por lo que la ayuda se iba a retrasar», se excusaba.
Tocó esperar, pero todo siguió igual. O peor. «Cuando yo llamaba me insultaban y humillaban». Tenían la sartén por el mango, porque amenazaban a la propietaria con destrozar el piso si seguía «'molestando'». En diciembre, con una importante deuda acumulada, Ana decidió hacerles una última propuesta. «Les pedí que me hicieran un pequeño ingreso, simbólico, para que yo pudiera confiar en ellos. Me pidieron seis meses de plazo para pagar y me dijeron, literalmente, que les daba igual lo que pusiera en el contrato», rememora. En enero, llegó la gota que colmó el vaso: «Les pedí que se fueran a mediados de febrero. Ellos dijeron que estaban de acuerdo. Que, además, Lanbide les iba pagar lo que les debía y iban a saldar sus deudas».
«Profesionales del timo»Tras varios problemas y excusas para retrasar la rescisión del contrato, Ana consiguió lo que quería. «A pesar de que me habían desmontado todos los muebles y de que seguía sin ver un euro, cogí las llaves. Al menos me había quitado un problema de encima». Ahora, ella tendrá que apechugar con los retrasos en las facturas. Con lo que ha decidido llevar a juicio a la pareja, que debe más de 2.000 euros. «No conseguiré nada y perderé más dinero todavía, porque son profesionales del timo, pero quiero que al menos quede constancia de que han tenido problemas con la ley».
Ana critica duramente la «abusiva» utilización de la palabra desahucio por parte de los medios de comunicación en los últimos tiempos. Un concepto que ha adquirido un «matiz demasiado negativo». Y recuerda que «los lanzamientos entre particulares son algo muy diferente». «El propietario particular se pone una soga al cuello cuando mete a alguien en su casa y solo la suerte puede salvarle. Muchos dependen de estos ingresos para sobrevivir, y no se nos puede convertir en culpables de lo que pasa en la sociedad a los que tomamos la decisión de arrendar nuestros pisos», denuncia.